miércoles, 4 de noviembre de 2009

Castillos Urbanos y Fortalezas Rurales - I

Castillos Urbanos y Fortalezas Rurales - I

El Museo Nacional, acoge la aclamada exposición “Castillos Urbanos, Fortalezas Rurales”. El comisario de la exposición es César Díez, antiguo miembro de la Junta Militar de Castilla. Tras pasar a la reserva por la desmovilización de las tropas, este militar ha pasado varios años recopilando información sobre cómo sobrevivieron las comunidades que se encontraban fuera de la zona segura. César me presenta a Constantino Sanchez, uno de aquellos héroes que sobrevivieron en un pueblo de Castilla y León. Constantino roza la cincuentena y César le define como un hombre de campo, inteligente y sobre todo práctico. Tras las presentaciones Constantino, con un forma de hablar muy peculiar de la gente rural empieza a contarnos su historia.

Yo vivía en un pueblecito remoto de Castilla León, en la zona de Ávila, cerca de la sierra . No tendría el pueblo más de 1500 habitantes y la comarca tampoco es que estuviese mucho más poblada. Desde allí todos aquellos líos que se veían en la tele nos parecían muy lejanos, de hecho todo nos parecía bastante ajeno y pocos en el pueblo le dieron importancia al asunto. ¿Sabe cuando empecé a tener constancia de que algo gordo estaba pasando? Cuando el hijo de mi vecina apareció con toda su familia en su flamante todo-terreno. Usualmente doña Casimira se quejaba de que su hijo ya no venía casi nunca a verle, apenas una vez al año coincidiendo con el cumpleaños de ella. Ver a su hijo aquí fue un mal síntoma, porque no fue el primero y no iba a ser el último. A lo largo de varios días fueron llegando al pueblo gente de la capital trayendo todas sus cosas y escapando de los problemas de la gran ciudad. En aquellos días yo ya había hablado con Alfonso, el jefe del puesto de la Guardia Civil y con Celestino, el señor alcalde. Entre los tres empezamos a fijar una serie de medidas “por si acaso” pasaba algo más gordo, ya sabe, hablamos con los agricultores de la zona para que no vendiesen su cosecha de cereal, empezamos a llenar los depósitos municipales de agua, arreglamos los generadores municipales, y algunas otras medidas que fueron muy útiles más adelante. Alforjes se fue preparando poco a poco para algo, no sabíamos para qué exactamente pero el ambiente, y lo que veíamos por la tele anunciaban algo malo.
Luego vino el gran estallido, supongo que lo recuerda, la crisis institucional, la destrucción de los túneles, el aislamiento en la meseta y finalmente llegaron ellos. Los primeros en verlos fueron los de Fuensanta, un pequeño pueblo cercano al nuestro, a apenas 3 kilometros del nuestro. Supongo que verlos fue más impactante que otra cosa, habíamos oído hablar de ellos, ¡demonios! Llevábamos casi un mes viéndolos en las noticias pero hasta que no los vimos a nuestras puertas no supimos reaccionar. Los vecinos de Fuensanta acabaron con aquellos primeros zetas que vinieron, pero en Alforjes sabíamos que aquellos no eran sino la punta del iceberg. En una apurada reunión de vecinos donde apenas podíamos saber de lo que hablaba el compañero que teníamos a lado del jaleo que había montado decidimos construir una rudimentaria muralla. No se de quien fue la idea, creo que del “negro”, o puede que fuese “seisdedos”, el caso es que aquella simple pero eficaz idea fue aceptada y puesta en práctica al día siguiente.
¿alguna vez se ha planteado hacer una muralla entorno a una ciudad? ¿sabe la cantidad de recursos humanos y materiales que hacen falta para ello? Pues nosotros lo aprendimos en pocos días. Junto con el comandante de la guardia civil realizamos un pequeño plano que iba a sufrir constantes cambios a lo largo del tiempo. Dividimos el trabajo en tres sectores y pusimos al mando de ellas a una persona con las capacidades de mando, inteligencia y sentido práctico necesarias para llevar a cabo el proyecto. ¿y sabe que salió de aquello? La muralla más chapucera de la historia… aunque efectiva. Y sí, le digo que fue efectiva porque no sabe como elevó la moral el concepto de poder dormir seguro tras unos muros, aunque bueno lo que se dice muros … no se le podría considerar muros propiamente dicho. Verá el principal problema en la construcción de una muralla es que necesitas materiales y mano de obra que sepa lo que hace, y no teníamos ni lo uno ni lo otro. El pueblo, como muchos otros de castilla estaba habitado por gente ya mayor, y aquellos que habían venido refugiándose tenían la juventud pero no tenían ni las ganas ni sabían como hacer las cosas. Cada uno de los sectores fue construido utilizando el material que había disponible en cada caso. Aunque hay un denominador común y fue el empleo de coches viejos como una parte de la muralla. Mucha gente protestó pero cuando entendieron que no podrían volver a utilizar su coche porque sencillamente no había gasolina el enfado disminuyó. Luego empezamos a realizar un parapeto poniendo todo aquello inservible entorno a los coches. Es impresionante la de cosas que salieron de las casas, neveras antiguas, muebles viejos, sillas, mesas de granito, chatarra, aperos de labranza que llevaban decenas de años sin usarse, que por cierto, luego tuvimos que rescatar para poder volver a cultivar los campos. No hubo casa del pueblo que no diese algo o que no fuese saqueada para proveer a los constructores de material necesario. En algunas partes aprovechamos las cercas de piedra existentes reforzándolas y aumentando su tamaño hasta los tres metros, y si nos lo pregunta, sí, si que se nos cayó más de un tramo de muralla por estar mal construida. Una calle de Alforjes se quedó sin balcones, todos los hierros fueron utilizados para reforzar el perímetro. Trabajamos durante 26 días sin descanso. Por aquel entonces ellos ya habían llegado a Alforjes pero lo hacían en pequeñas partidas de no más de diez o quince. Las cosas se empezaron a poner complicadas a partir del decimo octavo día, cuando empezamos a verlos llegar a través de los campos. Hasta entonces todos habían ido llegando por la carretera que nos unía con la capital de la provincia, pero ahora estaban llegando campo a través. Y nuestra pequeña muralla empezó a cumplir su cometido. Hacía el vigésimo día las cosas empezaron a ponerse más feas aún. Los vecinos de Fuensanta estaban rodeados y nos pedían ayuda desesperadamente. Bastantes habitantes permanecían aún en aquel pequeño pueblito y se habían negado a abandonarlo. Durante tres días no paramos de oír disparos de fusilería, luego los sonidos fueron apagándose hasta que ya no pudimos contactar con nadie. Para el día 23 la muralla estaba casi terminada pero en muchos aspectos era francamente mejorable, hasta que finalmente y con los zetas a las puertas terminamos la ultima sección. Para nosotros fue un gran triunfo. Al igual que para ellos, ahora nos tenían a todos en un solo sitio, para ellos solo era cuestión de tiempo, para nosotros también.
¿ha estado alguna vez en un asedio? ¿no? Lo suponía. Es difícil describir la sensación de encontrarte encerrado en un área, viviendo permanentemente en tensión, atendiendo a los problemas diarios y buscándoles soluciones a cada cual más ingeniosa, comprobando día a día como los recursos van disminuyendo poco a poco. Descubrir como los artículos más básicos van desapareciendo: el champú, la crema de afeitar, el papel higienico, etc… Cada día salía a la muralla y comprobaba como estaba el asunto, día a día el mundo se me venía encima, porque el número de aquellos cabrones no dejaban de aumentar y el nuestro gota a gota no dejaba de disminuir. Nuestro pueblo no tenía médico fijo, cada día venía un galeno desde XXX, y pasaba consulta. Teníamos eso sí una farmacia que era el punto referente de toda la comarca. A dios gracias, uno de los repatriados era un prestigioso cirujano plástico en Madrid. ¡de poco le sirvió su especialidad en nuestro pequeño pueblo!, pero al menos teníamos a un médico.
Con el paso de las semanas, nuestra posición fue debilitándose poco a poco, las personas mayores no fueron los que peor lo pasaron, en sus años jóvenes ya habían sufrido bastante carestía y estaban más acostumbrados, los que peor lo llevaron fueron los chicos de la ciudad, acostumbrados a su fácil estilo de vida, aquello les debió parecer el peor infierno que existía.
Nuestra muralla aguantó, pero nuestra moral no. Algunos no aguantaron aquello. Y no se lo voy a negar, entiendo porque se rindieron. No teníamos muchas esperanzas, no sabíamos muy bien cual era el siguiente paso que teníamos que dar. Por la radio oíamos los detalles de la zona segura y algunos sugerían abrirnos paso hasta allí, lo cual sonaba bien ¿pero con qué nos íbamos a abrir paso? ¿con unas pocas escopetas y fusiles de caza? ¿Cómo conseguiríamos llegar a una zona a más de 400km por la autopista, vete tu a saber cuánto por carreteras secundarias..? Hubo algunos que dijeron que lo intentarían y por supuesto no volvimos a saber de ellos, otros simplemente se arrojaron desde las murallas. Lo que más me impactó fue la familia de doña Casimira mi vecina, antes le he hablado de ella. Casimira había muerto hacía pocos días y su hijo se encontraba sumido en una terrible desesperación, al igual que su mujer. Aquellos chicos de ciudad poseían todos los lujos inimaginables en su precioso chalet de Madrid, allí eran gente importante, aquí eran uno más. Supongo que verse degradados de esa forma. Descubrir que todo aquello por lo que habían luchado ya no existía y que sus funciones en esta nueva vida eran las que llevaban a cabo los criados de su antigua vida fueron demasiado para ellos. Una mañana al no recibir respuesta entramos en su casa y descubrimos que habían asfixiado a sus hijos y que luego se habían suicidado ahorcándose. Lo peor de todo es que no fueron los únicos, en dos meses tuvimos tres casos parecidos, todos ellos chicos de ciudad.
Luego llegó el invierno y lo que pensábamos que iba a ser nuestra perdición se reveló como nuestra salvación. Fue el invierno más frío en 50 años. Parece ser, que la causa la tuvieron las decenas de bombas nucleares que utilizaron los chinos, los indios, los pakistaníes y los iraníes en su particular forma de erradicar el problema. Con tanto cambio en la atmosfera crearon un invierno nuclear que de forma imprevisible salvó a gran parte de la humanidad. Al menos así me lo han contado [Aunque visto de una manera muy simple, el señor Sanchez ha hecho un esbozo rápido de lo que pasó en otras partes del mundo. Hubo muchos otros factores que influyeron en el clima a parte de este]. El invierno fue frío, lo suficientemente frío para darnos cuenta de que muchas de esas cosas se quedaban paralizadas por las temperaturas. Aquello fue un alivio momentáneo para nosotros.

Supongo que eso fue lo que nos salvó. [Aquí la voz de Constantino se rompe, y sus ojos se llenan de lágrimas, que enjuaga con la manga de su camisa] Perdonen que me emocione pero fueron tiempos muy duros – dice el aguerrido campesino, para luego continuar su historia. Aprovechamos el invierno para reaprovisionarnos y mejorar nuestras muralla. Y el invierno dio paso a la primavera, y la primavera al verano, y así durante dos años. A partir del segundo invierno la cantidad de aquellos seres fue disminuyendo, ya no fueron tantos como al principio, parecía como si se hubiesen olvidad de nosotros. Creo que sobrevivimos al igual que muchos otros pueblos porque estábamos lejos, lejos de cualquier zona habitada y porque supimos que teníamos que hacer.